A la vista se delataba, era de esas personas de espíritu
aventurero, se notaba en sus formas inquietas, por el nudo de la corbata hecho
un barullo, como si lo hicieran con rapidez, para no perder el tiempo en el
protocolo. Su mirada no hacía más que divisar las colinas que atravesábamos
dentro del tren, con el atardecer de compañero, y se podía deslumbrar en su
mirada, que no solo veía el color rojizo
del cielo, el veía lo que para muchos pasa desapercibido, un paseo entre zarzas,
no es solo un paseo por las zarzas, entre ellas se esconde vida, estoy seguro
que es lo que pensaba. Como el recuerdo de otros lugares visto hace tiempo, y
que guardan un recuerdo, algunos temidos, otros adorados, y otros simplemente
recuerdos. Como aquel, que debe pertenecer a su niñez, donde su primo Juan, un
chico impetuoso y dado a entrar en problemas, y trifulcas cuando en los años le
alcanzó la madurez.
Una simple navaja, era un tesoro en sus manos, podían llegar
a imaginarse que estaban en una llanura tan seca y rojiza, como un descampado
horadado. Pero allí sobrevivían todo tipo de criaturas, de todos los tamaños y
colores. Les acechaban, siendo ellos los cazadores, para salir herida, y tener
que explicar después en casa, que un animal más grande que ellos, más grande
que cualquier animal que ellos hubieran visto antes, les hubiera causado esas
heridas, pero que ellos, por supervivencia, tuvieron que terminar con ella.
El tiempo pasaba rápido, como el paisaje. Yo le observaba
sentado, y las sombras de los árboles y postes que se cruzaban fuera, dejaban
caer sus sombras sobre nosotros. Un destino compartido fue lo que nos condujo a
estar juntos en este tren. En mi caso trabajo, un trabajo en el que supongo
todo el mundo, me hacía sentir atrapado, hastiado de todo, la razón por la que
yo creo, me gustaba imaginar que la vida de los demás era mejor que la mía.
Vidas como la de ese hombre, que era algo tan evidente para mí. El seguía
inmerso en lo que transcurría fuera del vagón, analizando todo, lo notaba en su
mirada, como fruncía el ceño para después mostrar un síntoma de sorpresa. El
sol se echaba a dormir, y la luna dejaba que su oscuridad rodeara el ambiente,
para dejarnos con las luces que el tren podía ofrecernos.
Sin pensarlo mucho, abandono el horizonte y a todas sus
criaturas, para inmiscuirse en la lectura, Jack London, como no, no podría ser
otro, aventuras en su vida, y aventuras para viajar sin moverse. A oscuras, el
tiempo parecía inerte, pero transcurría más rápido que nunca. Nuestro destino,
se iluminaba a lo lejos.
La gente comenzaba a cerrar sus libros, apagar los aparatos
eléctricos, recoger la basura, yo entre ellos, pero él seguía inmerso en las
palabras, como si nada pudiera perturbar el movimiento entre líneas. El
trayecto terminó cuando las ruedas se detuvieron. Todos cogimos nuestro
equipaje, mientras otros ya hacían cola frente la puerta, para abandonar el
traqueteo. El se desplazaba tranquilo, mientras todos estábamos preparados,
sorprendentemente para mí, el aún estaba guardando el libro y cogiendo la
chaqueta, cuando yo pensaba que sería el primero en abandonar el tren.
Las puertas se abrieron y salimos del vagón, yo baje, pero
por curiosidad decidí quedarme, haciendo disimuladamente que estaba haciendo
algo, algo inerte, esperar disimuladamente que bajara. Yo no tenía ninguna prisa,
nadie me espera, y aun menos en la estación, una aburrida reunión era mi
destino para mañana.
Abandonó de los últimos el tren. moviéndose tranquilo,
andando lentamente, oteando el horizonte, y yo con él, intentando seguir su
mirada y adivinar hacia donde se dirigía. El paso se aceleró, y al traspasar la
barrera, soltó la maleta y se abalanzó sobre él una niña de unos diez años para
besarlo y abrazarlo con fuerza, una mujer la siguió y le abrazó también. Yo
continué mi camino sin detenerme ni mirar hacia atrás, sus aventuras se
terminaron, y ahora solo vivía para relatarlas.
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