sábado, 15 de octubre de 2011

LOS ESCALONES



A Pepe,    que siempre  gritó                                                                      mi  nombre por la ventana.

Hacía casi un mes y medio que su tío y su prima, se instalaron en su casa, con ella y su madre. Vivian en lo más alto del barrio, una gran escalinata empecinada, empedrada y branca, les separaba del bullicio de la ciudad. Una tortura para los días calurosos, y un tormento para los días de lluvia, pero una bendición por su tranquilidad y las vistas de la ciudad. Puedes divisar, todo cuanto den sus ojos, hasta llegar al mar. Las puestas y salidas del sol, no tenían ya ningún efecto enternecedor. Se llama Julia, y siempre le ha gustado vestir con trajes coloridos y estampados. Siempre que convencía a su madre para que le comprara un vestido nuevo, se dedicaba a pasearse por el barrio de arriba abajo, para mostrar su nueva conquista, le encantaba los vestidos con faldas, así cuando ponía un pie delante del otro en cada escalón veía aparecer y desaparecer su piernecita, entre la tela, dirección a casa. 
Los balcones se tendían como sábanas blancas a la diminuta y empinada calle, adornada con una multitud de maceteros, y la también diminuta mesa de madera descorchada, donde las vecinas solían congregarse para jugar sus largas partidas al parchís, o cualquier otro juego que las mantuviera ocupadas, mientras chismorrean de los cotilleos, que acompañan a todo barrio que se precie, ablando de fulanito y fulanita, recetas y demás secretos parentales.
Desde que llegaron a casa su tio y su prima, su madre comenzó a comportarse de una forma extraña, nerviosismo y palabras cortadas a tiempo, justo cuando ella entraba por la puerta del salón. Pero los días pasaban despreocupados. Por lo que le contó su prima unos años mayor que ella, con la que compartía habitación desde que llegó, su tio se quedó sin trabajo hacia un tiempo, y con lo poco que tenían para subsistir, les fue imposible mantener la casa donde vivían, y por esa razón, su madre los acogió en su casa, porque estaba muy preocupada por su padre.
Después de la comida, el sol azotaba con mucha fuerza las paredes de la casa. La digestión se hacía pesada, pero para ella, el tiempo de sueño no existía, como todos los domingos. Bajaba a la placita, donde se congregaban gran parte de sus amigos, y los que no, aparecerían más tarde como de costumbre. El silencio, era el aliado del barrio en esas horas.
Pero ese día, ese día tan caluroso, los grillos dejaron de cantar su vespertina canción de las cuatro, cuando un grito ahuyentó, hasta las palomas de sus refugios. El grito de una joven, que venía de lo más alto de las casa del vecindario, un grito desconocido para muchos, pero familiar para Julia. Un bloqueo despertó en su interior, un bloqueo que le impedía poder moverse del lugar de donde estaba, mientras todos sus amigos, echaron a correr escalones arriba, intentando descubrir de dónde provenía, ese grito de desesperación. Ella por inercia, hecho a correr, al verse sola en la placita. Todos corrían, como una manada que no sabe hacia dónde dirigirse, pero Julia, sabía perfectamente que dirección tenía que tomar.
Cuando estaba llegando a su casa, su prima salió corriendo de ella, sus ojos estaban untados en dolor, y gritaba, su nombre – Julia -. Se detuvo frente a ella, y gritó con los ojos desorbitados, algo que Julia no pudo entender hasta que lo repitió otra vez. – Llama una ambulancia -. Julia no comprendía que ocurría, y se quedó frente su prima, abstraída, petrificada como una estatua, una estatua que lo mira todo, que ve todo y nada. Su prima salió disparada escalones arriba, y entró en la casa. Al cabo de unos segundos, un espacio de tiempo tan inmenso, que Julia, creía haber olvidado lo que le gritó su prima, su querida prima.
Arrancó a correr escalones abajo, sin ninguna dirección, perdida en una calle de una sola dirección. Todos los vecinos estaban asomados, sujetando los escalones que temblaban al paso de Julia, que los azotaba con sus zapatos de charol. No sabía dónde encontrar una ambulancia, no comprendía la petición desesperada de su prima. Las caras se sucedían en cada escalón, todas conocidas, familiares desde que ella tenía uso de razón. Se detuvo, el pulso era un volcán que estaba bombeando su fuerza, fuera de su corazón, y su corazón el centro de toda frustración. – una ambulancia -, gritó.
Una vecina, una figura oscura se acercó y la agarró con fuerza. – tranquila, ya está avisada -. Y así, su corazón paso a un estado de hibernación.
Al cabo de unos minutos, pudo ver como transportaban a su tío, unos sanitarios, escaleras abajo. La imagen transcurrió tan lenta en su retina mental, que era, casi como si estuviera volando, suspendido en una sábana, que se mimetizaba con las paredes y escalones del barrio. Y desaparecía en la inmensidad, para no volver jamás.

P.D: Gracias por la foto.

1 comentario:

  1. Buenas tardes José:
    Soy César Malagón, miembro de Librosyliteratura.es
    Hemos visto que te has inscrito en el concurso de blogs que estamos organizando, pero siento decirte que no cumples los requisitos exigidos, es decir, dedicarte a escribir reseñas literarias.
    Un saludo, y gracias por tu interés en participar

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